Reconocer mis Fortalezas y limitaciones
"Un buen líder es también quien busca conocerse. Es aquel consciente de sus atributos, pero principalmente quien conoce sus limitaciones."
No es casualidad que este primer paso sea de introspección. Un buen líder es también quien busca conocerse, admite sus límites y acepta su vulnerabilidad. Es aquel consciente de sus atributos, pero principalmente quien conoce sus limitaciones. Esta primera acción implica mirar para adentro, dejando que la sinceridad y la autocrítica vayan marcando el camino. Este ejercicio va a mostrarnos nuestras debilidades pero también nuestras fortalezas. Después de todo, si lo que buscamos es liderar, resulta fundamental que lo hagamos desde nuestras aptitudes. Habrá cosas buenas que nos hicieron llegar a donde hoy estamos y muchas otras que deberemos mejorar aprendiéndolas o recurriendo a nuestro entorno para que nos ayude.
Está claro que existen personas que con sus fortalezas logran liderar de una manera más natural y hasta innata. Es cierto que hay gente que intrínsecamente tiene una predisposición a interactuar mejor, a ser más empática o a interpretar mejor al otro y motivarlo; pero, ¿qué pasa si no es nuestro caso? La realidad es que corremos con un poco de desventaja, lo cual no quiere decir que los primeros ya tengan el objetivo cumplido o que sea imposible para nosotros alcanzarlo. Todas las habilidades y cualidades que fuimos nombrando se pueden entrenar y perfeccionar. La primer barrera mental que tenemos que derribar es la de pensar que la única forma de ser un buen líder es nacer siéndolo.
Pasa a menudo también que damos por supuesto que todo aquel que está en una posición de jefe o supervisor debe tener en claro cómo liderar. La realidad es que esa persona probablemente haya pasado a ocupar su puesto no por sus habilidades para motivar e inspirar a la gente, sino porque hacía bien su trabajo anterior, porque dominaba sus aspectos técnicos. Ahora le exigimos no sólo que sea experto en lo que hace, sino también que sea hábil en muchos aspectos para los cuales nunca se lo capacitó y asumimos que los va a desarrollar de forma natural. Cuando te convertís en jefe no sólo ejecutás muchas de las acciones que ya antes realizabas; ahora además sos dueño de decisiones y responsabilidades que en el pasado no te eran propias. Eso te deja en una interesante pero compleja posición para crecer, tanto a nivel laboral como personal.
Por ejemplo, una de las habilidades que se le suele exigir al jefe es que se adapte a cualquier situación, que sea un gran gestor de cambios. Sin embargo, muchas veces no nos damos cuenta de que para que lo logre no puede actuar en soledad. Por más fuerte que sea el guerrero, difícilmente salga victorioso de cada encuentro peleando solo, sin apoyo. Si no cuenta con un equipo que lo respalde, no se necesita más que un golpe para hacerlo caer, no importa cuántas peleas haya ganado antes. Es un error muy común pensar que tenemos que ser buenos en todo, que debemos ser capaces de adaptarnos a cualquier condición. Las estructuras que nos rodean, y nosotros también como parte de las mismas, deben brindar ese soporte tan necesario en el cual apoyarse para poder gestionar un cambio. Con frecuencia nos olvidamos de lo indispensable que resulta tener una red de contención y lo desprotegidos que estamos cuando no contamos con ella.
Para nosotros, lo que rara vez se pensó es que, más allá de las fortalezas que tengamos, para hacerle frente a dichos cambios y lograr asimilarlos, necesitamos de dos cosas fundamentales: fuerza y apoyo. La fuerza depende de nosotros y va a ser la que venza la resistencia. Sin embargo, el apoyo nos lo brinda dicha red de contención, nuestra estructura. En básquet hay un movimiento llamado pivotear o pivote que consiste en dejar un pie clavado en el piso mientras giramos nuestro cuerpo buscando, por ejemplo, un pase. Ese pie haciéndose fuerte en la cancha es el soporte que necesitamos. Permitámonos apoyar un pie en nuestro equipo mientras buscamos el próximo pase. Démonos la posibilidad de depender de otros para crecer. Asumamos nuestras limitaciones y fortalezas para comprender en qué situaciones necesitamos del soporte del equipo y cuándo hace falta que seamos nosotros los que formemos parte de ese soporte.
Como miembros inteligentes de un equipo debemos lograr que nuestras fortalezas se complementen con las de otros en pos de cumplir un objetivo mayor del que podríamos perseguir en soledad. Hoy en día, actuar solos nos obliga a ser expertos en todo y llevar el multitasking al extremo. Muchas veces caemos en la soberbia de querer ser perfectos en cuanta tarea tengamos en frente y no nos damos cuenta de que así sacamos el foco de lo que en verdad somos buenos. Aunque poseer un abanico grande de conocimientos y habilidades resulta muy valioso, también debemos darle lugar al otro para que cubra mis debilidades con sus fortalezas.
En definitiva, esa es la razón por la cual la gente se agrupa. Desde en una tribu hasta en una oficina, los miembros buscan rodearse con otros más aptos que ellos mismos en los aspectos en los que saben que son menos fuertes. Fue una cuestión de supervivencia a lo largo de gran parte de nuestra historia, y ahora aunque tal vez en menor medida, sigue pasando lo mismo. Formar parte de un equipo significa entonces acompañar y dejarse acompañar, asumir limitaciones y saber pedir ayuda. Pero para hacerme cargo de mis limitaciones primero tengo que conocerlas. Diseñemos esa red en la cual podamos aportar nuestras cualidades y aprender de las aptitudes de otros. Démosle al otro la autoridad y la confianza para que nos enseñe o para que sea él o ella misma quien haga lo que mejor sabe hacer.